¿Quién nos escucha? ¿Quién nos representa?

Autor Congresistas
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Clara Jusidman

Estamos en la época de jugar a las propuestas de políticas y programas para ser aplicados por quienes ganen la presidencia y las gobernaturas. Algunos grupos incluso hacen sugerencias de proyectos de país.

Los equipos de las personas candidatas, organizan a su vez, “mesas de diálogo” con los expertos y organizaciones sociales y civiles de su campo “ideológico”. También se reúnen con grupos empresariales, con grupos de pensamiento y mexicanos en el exterior o van a ver al Papa. Los medios de comunicación y las redes se llenan de propuestas.

Hay mucho ruido, a la vez que una enorme sordera y un soterrado contenido de soberbia. Los que participamos en este ritual sexenal, creemos que por nuestra experiencia en otras épocas o por nuestras investigaciones utilizando sofisticadas metodologías, conocemos las rutas correctas, poseemos la verdad sobre lo que se tiene que hacer en el futuro.

Sin embargo, en los últimos días he escuchado quejas de las comunidades en el territorio que no encuentran a los gobiernos cuando los necesitan, mucho menos son reconocidas sus necesidades reales ante la gran distancia entre ellas y las élites políticas y económicas que nos gobiernan. Sus quejas se vuelven grito cuando requieren de auxilio frente a las violencias, a la extorsión, al despojo de sus tierras y recursos o ante desastres como el huracán reciente en Acapulco.

Pero tampoco las diversas organizaciones sociales y civiles encuentran vías para ser escuchadas por quienes están o estarán a cargo de “gobernarnos” o de “representarnos” en los congresos. Asimismo, encuentran dificultad para ponerse de acuerdo en las agendas que quisieran impulsar en una sociedad civil tan heterogénea y golpeada como la mexicana.

Pero lo más preocupante, es que las y los jóvenes ya ni siquiera tienen interés o necesidad de ser escuchados, ni de escuchar a quienes gobiernan, a las personas “expertas” o a las de otras generaciones.

Las nuevas tecnologías en especial, los teléfonos celulares, han creado un profundo abismo entre padres e hijos, entre maestros y alumnos, entre gobernantes y juventudes. La pandemia aceleró ese distanciamiento con las medidas de encerramiento y con el florecimiento del trabajo y la educación a distancia.

Las cúpulas de nuestros disminuidos partidos políticos están ajenos a esta realidad. Quienes perciben algo, inventan tenis naranja para atraer el voto joven con el fin de mantener su registro y el acceso a recursos públicos.

Todos ellos están muy ocupados en repartir poder entre sus amigos, familiares y crecientemente entre representantes de grupos criminales por vía de la asignación de candidaturas para los puestos de elección popular.

Su interés es conseguir votos, cuesten lo que cuesten: dinero, desapariciones, amenazas e incluso muertes, para que cuando lleguen a gobernar o como legisladores tiren por la borda los compromisos que hicieron con los grupos que lograron hablar con ellos y procedan a desgobernar y a enriquecerse.

La escucha y el diálogo, así como la representación auténtica, no forman parte del juego.

Artículo publicado en la silla rota

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