¿Qué sería del feminismo si no se hubiera redactado El segundo sexo?

Autor Congresistas
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Javier Gutiérrez Ruvalcaba

En el año que se proclamó la República Popular China, 1949, no fue el único hecho que cimbró a la sociedad francesa, la publicación por parte del sello Gallimard de El segundo sexo (Le Deuxième Sexe) de Simone de Beauvoir, puso en serio predicamento el “status” masculino de la época, apenas hacía cuatro años que las mujeres francesas tenían derecho al sufragio.

No sólo fue superventas en librerías y llegó a ser considerado por el influyente diario galo Le Monde dentro de los 100 libros del siglo xx.

Escandalizó a la moral imperante por esos días al enfatizar temas de la sexualidad femenina y enfocarse a la condición de opresión hacia las mujeres, además dio entrada a la llamada segunda ola feminista.

“Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica de femenino”.

Todo el espectro político francés lo descalificó, desde el Partido Comunista hasta el Movimiento Republicano Popular, pasando por la intelectualidad francesa, como Albert Camus y François Mauriac.

La Iglesia católica no podía faltar con su desgarre de vestiduras y lo colocó en el Index, quedando prohibida su lectura hasta ya avanzada la década de los 60.

Se sabe que no únicamente la censura puso trabas al libro, también las ediciones clandestinas sufrieron mutilaciones, ya fuera por omisiones o por no tener la totalidad de los capítulos.

Hasta los años 70, los lectores Iberoamericanos pudieron tener en sus manos una traducción más o menos bien realizada, pero a diferencia de la media de esos años, esta edición no fue ni traducción ni tiraje español, sino argentino, ya que estaba en pleno la dictadura franquista, quien con su rancio conservadurismo también lo puso en la lista negra.

“Les es muy difícil a las mujeres asumir a la vez su condición de individuo autónomo, y ese es el origen de las torpezas que las hacen considerar a veces, como un sexo perdido”.

Como mencionó la doctora Hortencia Moreno Esparza, directora de la Revista Debate Feminista e investigadora titular del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM (CIEG), en una reciente entrevista para la Gaceta UNAM, en su estudio la autora de La mujer rota propuso que “las mujeres deben pasar de la condición inmanente a la condición trascendente”.

“Nadie es más arrogante hacia las mujeres, más agresivo o desdeñoso, que el hombre que se preocupa por su virilidad”.

También Estefanía Camacho, colaboradora de la revista Gatopardo, con motivo del septuagésimo aniversario de la aparición de El segundo sexo, le preguntó a una de las más eminentes feministas mexicanas, la antropóloga Marta Lamas, quien es también investigadora titular del CIEG, el porqué se sigue hablando actualmente de este libro, también conocido como la “Biblia del feminismo”.

“En la experiencia vivida es donde muchas mujeres coinciden. Conozco a muchas alumnas que cuando leen eso, dicen ‘caray, me estoy identificando con las vivencias de una mujer que publicó esto en 1940 y que sería como mi bisabuela’.

“Sin embargo, la manera en la que ella habla de lo que identifica este lugar subordinado de ser mujer ellas reconocen que todavía, al menos en nuestra cultura judeocristiana occidental, hay coincidencias. Además, lo que la cultura va diciendo qué es lo propio de las mujeres y de los hombres es el mandato de la feminidad, que no se ha transformado tanto. Se ha modernizado, pero sigue presente”.

Varios años después del revuelo causado en tierras de la divisa “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, y previo al surgimiento de la tercera ola del feminismo, en la propia Francia se venían preguntando qué era del feminismo y el hecho que la intelectualidad masculina abordara dicho pensamiento, luego del cisma que representó el ensayo de Beauvoir.

Unos años antes de su muerte, la filósofa alemana Ingrid Galster realizó, al cumplirse el medio siglo del trascendental estudio una larga e histórica entrevista con la historiadora y pionera feminista francesa Michelle Perrot, quien al lado del también historiador Georges Duby coordinaron el voluminoso estudio Historia de las mujeres en Occidente (Historie des femmes en Occident).

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El extenso diálogo, que fue publicado en castellano por la revista Arena, magacín abocado a la Historia del movimiento feminista, bajo la tutela de la Universidad de Granada, en España, dio inicio precisamente, con la cuestión de dónde estaba parado el feminismo francés finisecular luego de la redacción de El segundo sexo.

La autora de Mi Historia de las mujeres, Galster, abrió el diálogo aduciendo que el feminismo francés por esos días era paradójico y que su influencia era relativamente grande, pero de estructuras débiles y esa fue para ella “una característica ya antigua que perdura y plantea una interrogante sobre su modo de acción”.

Encontró que el feminismo no únicamente se reducía a asociaciones y publicaciones periódicas, sino que se tradujo en una enorme cantidad de coloquios científicos y políticos, como aquel de enero de 1999, con motivo del cincuentenario de El segundo sexo.

Recordó, que el feminismo de finales de los 90 provocaba reuniones multitudinarias, como la del año 95, que reunió a 30 mil mujeres en París.

Así como aquellas acciones que boicotearon a las famosas Galerías Lafayette que pretendían presentar la colección de ropa interior de la modista Chantal Thomas en unas maniquíes vivientes.

Era un feminismo “actual, vigilante, ocasional, latente”.

También, subrayó, la creación del Observatorio de la paridad.

“A pesar de su debilidad organizativa y de una cierta dificultad de transmisión en la nueva generación, no deja de ser una fuerza Latente, susceptible de eventuales movilizaciones y de una aspiración que ha contribuido a la transformación y el debate en la sociedad francesa”.

Galster refirió que muchas de las llamadas “igualitarias”, tras las huellas de Beauvoir se habían dado cuenta de que el universalismo era un mito, que toleró que las mujeres quedaran excluidas de la política y que las igualitaristas ponían de manifiesto que las feministas de la diferencia reivindicaban lo que les era impuesto.

“Las desconstruccionistas a la busca de lo femenino reprimido pueden terminar prescindiendo de las mujeres reales, pues el retorno de lo reprimido se manifiesta también -cuando no más- en los hombres”.

A lo que Perrot reviró que, para ella, el feminismo igualitarista y universalista -estilo Simone de Beauvoir- seguía siendo mayoritario en Francia.

“Pero las igualitaristas denuncian con mucho más fuerza las trampas de lo universal tal como se lo ha construido. Sin embargo, no por ello lo cuestionan”.

Agregó que las feministas de la diferencia estaban en una situación más cómoda, ya que reivindicaban la paridad en nombre de la diferencia de un “nosotras las mujeres” y que las “diferencialistas” estaban divididas en dos corrientes: “las que hablan de dos sexos radicalmente diferentes y las que hablan de dos géneros producidos por la cultura y la historia”.

En cuanto al subversivo deconstruccionismo reconoció que en Francia era mucho menos importante en los medios feministas.

“El debate sobre la paridad ha confundido los argumentos y ha cogido por sorpresa a las distintas corrientes. Ha mostrado que en este fin de siglo era urgente retomar la cuestión de la diferencia de los sexos a la luz de la reflexión antropológica, filosófica, psicoanalítica, biológica y forzosamente histórica”.

Respecto a que algunos pensadores franceses, en concreto Gilles Lipovetsky y Pierre Bourdieu, se avocaran a estudiar el movimiento feminista, Michelle Perrot fue tajante en indicar que si la intelectualidad de su país estudiaba el feminismo fue porque el tema era importante.

“Es la señal misma de su desarrollo y de su papel en el espacio público. En resumen, una forma de reconocimiento”.

Sin embargo, cuestionó fuertemente que ellos se metieran en ese terreno fangoso.

Para la también especialista en la temática obrera, el éxito en librerías de estos personajes sólo demostraba “la dominación masculina” en el campo de las ideas.

“Las mujeres tienen siempre más dificultad para hacerse oír”.

No los dejó bien parados con las publicaciones de estos estudiosos que estuvieron esos años en boga, acusando a Bourdieu de ignorante en ese campo, por tener “a priori” un concepto negativo del movimiento.

Es sabido que casi al finalizar el pasado siglo, en Francia, las mujeres presionaban por tener mayor presencia parlamentaria y una equidad justa en lo académico y con cifras en mano la historiadora enfatizó que sólo el 6% del total de diputados correspondía a mujeres y que la tasa de feminización en la docencia era del 28% en el nivel superior y en referencia a la enseñanza de las ciencias disminuía hasta el 8%.

Ante esto, recalcó que en un artículo para el diario Le Monde abanderó la idea de la “paridad universalista”.

“Lo universal es un objetivo, no una realidad, y la paridad es el medio para llegar a él. En consecuencia, me alegro de la reciente modificación de la Constitución, que toma nota de ello. Formó parte del Observatorio de la Paridad, cuya función es proponer medidas concretas para hacer efectiva la paridad política y estimular la paridad en todos los dominios en Francia”.

Ya en plena cuarta ola de emancipación de la mujer y con alta radicalización de la sublevación, líderes y activistas de todo el mundo se reunirán a fines de este mes en México para dar vida a la Internacional Feminista, “una hoja de ruta que permita la articulación del debate sobre propuestas”, quien así lo señaló a la Agencia EFE, la legisladora ecuatoriana Gissela Garzón.

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